Cuando hablamos de poner por escrito nuestras emociones, nuestra oración y todo lo que llevamos dentro la pluma y el papel se vuelven nuestras mejores herramientas.
En estos días de pandemia me he quedado muy impresionada sobre la capacidad que tienen los gobernantes para tomar decisiones que afectan a muchas personas. Sin entrar en juicios sobre el bien común me impresiona mucho que elijan un camino y que lo hagan público. Tienen muchas posibilidades, todas con sus ventajas y desventajas y estoy segura de que son asesorados por varias personas, aun así, sólo una persona es el responsable principal de tal decisión.
A lo largo de nuestro día nosotros también tomamos decisiones. Seguramente no repercuten en la salud o el bienestar de miles, pero sí afectan a los que están a nuestro alrededor. Constantemente elegimos entre una opción y otra; levantarnos de la cama o dormir 5 minutos más, elegir un color de blusa u otro, enviar un correo o no enviarlo, cocinar pollo o pescado, leer o ver un capítulo más, llamar a mis familiares o descansar, etc. Algunas de estas decisiones son muy sencillas y las hacemos casi en automático, no hay mucho que pensar. Pero hay otras que nos toman más tiempo y mucha valentía para decidir sobre todo por la incertidumbre del camino, ninguna de nosotras conoce exactamente lo que va a pasar si tomamos tal o cual camino (¡y la verdad sería aburridísimo saberlo!). No es sencillo cambiar de trabajo, escoger una universidad, terminar una relación, concretar un negocio, comprar un coche, iniciar un apostolado, hacer cambios en la familia… sabemos que necesitamos decidir, pero la mente se nos bota con el agobio de tantas posibilidades, miedo al cambio y la incertidumbre.
Los pensamientos van y vienen, se nos presentan en la mente un sinfín de posibilidades, escenarios buenos y escenarios malos. Imaginamos lo que pasaría si tomamos un camino u otro y este ir y venir entre una posibilidad y otra nos cansa mucho, nos agobia y nubla todavía más nuestra capacidad de elegir.
Me parece que ante una elección importante lo mejor es analizar objetivamente la situación, ver sus ventajas y desventajas, escuchar los anhelos de nuestro corazón y platicarlo con Jesús, nuestro mejor amigo, sincerarnos con Él y presentarle nuestros deseos, fortalezas, debilidades, inseguridades y sobre todo pedirle la gracia de escuchar su voz y seguirlo. Para hacer todo esto de una forma ordenada lo que más me ha funcionado (seguramente hay otras formas) es llevar un Diario Espiritual, más que ser un pedazo de papel se vuelve un espacio sagrado, un lugar de búsqueda, de encuentro con Jesús, pero también conmigo misma.
El cargar todas estas posibilidades en la cabeza es agobiante y me he dado cuenta de que al ponerlo por escrito los nudos se desatan, todo va tomando su lugar y puedo percibir realmente el peso de cada posibilidad. Lo que en mi cabeza parecía una enorme bola, en el papel son unas cuantas ideas que al leerlas se ven tan ligeras y salta a la vista y al corazón el mejor camino, se hace obvio.
Hoy escribimos mucho en nuestros dispositivos, usamos Word, Documentos, correos o simplemente notas en nuestro smartphone y olvidamos poco a poco el ejercicio de escribir a mano. Definitivamente es más rápido, puedes corregir, copiar fácilmente cuando usamos estos dispositivos (¡ahora mismo estoy escribiendo en Word!) pero cuando hablamos de poner por escrito nuestras emociones, nuestra oración y todo lo que llevamos dentro la pluma y el papel se vuelven nuestras mejores herramientas. Nos abren poco a poco nuestro mundo interior y nos conectan con Dios. Llegamos a conocernos más, le ponemos nombre a nuestras emociones, descubrimos quienes somos y descubrimos quien es Dios, su amor incondicional y su compañía, su interés por cada detalle de nuestra vida pues a Él nada de lo que vivimos le es indiferente. En definitiva, el llevar un Diario Espiritual se vuelve una forma de oración al ir escribiendo y escuchando la voz del Maestro que nos acompaña, nos comprende y nos susurra el camino a seguir. ¡Inténtalo!