El año pasado estuve planeando un viaje importante que me hacía mucha ilusión… y bueno, ya conoces la historia de la pandemia. Todo se canceló, perdí vuelos, dinero y bastantes sueños. Lo tomé bien, sin entender muchas cosas, pero confiando en que era por alguna razón que Dios conocía… además, viendo que la situación de salud era muy difícil para tantas personas no podía quejarme.
Eso me hizo pensar que confiaba en la providencia de Dios, que podía entregarle una ilusión que había trabajado por mucho tiempo para hacerla realidad y ofrecer ese sacrificio por alguien más.
Pero la vida cotidiana me abrió los ojos y me di cuenta cuanto me molesta, cuanto batallo cuando los días no salen como planeo. La gente me cancela citas, no encuentro lo que busco, el tráfico inusual me retrasa, confieso que esos pequeños cambios me hacen renegar y quejarme más que los grandes imprevistos, y lo peor, tratar mal a los que me rodean.
Me di cuenta de que mi actitud era muy egoísta, pues pensar que mi plan es el mejor, también es pensar que lo sé todo y que todo depende de mí. Esto último es lo peor porque es una carga abrumadora, me angustia y no me deja disfrutar el presente. La verdad es que por más que queramos nos es imposible tener el control de todo, solo Dios puede hacer eso.
Hay un pasaje en el Evangelio de Mateo donde Jesús les anuncia a sus discípulos que va a sufrir mucho, lo van a matar y va a resucitar. Y en ese momento, Pedro le dice “¡De ningún modo te sucederá eso Señor!” y Jesús le responde: “¡Apártate de mí, Satanás!… porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Mt 16, 21-23. Es una respuesta muy fuerte, pero creo que nos pasa seguido como a Pedro: Queremos evitar el sufrimiento, ahorrarnos problemas, proteger a quienes amamos… queremos cosas buenas, pero a veces no son lo mejor.
Y aunque Dios no es el causante de todos los cambios o sufrimientos que padecemos (son consecuencia de la acción de otras personas o nosotras mismas) Dios se vale de toda circunstancia para sacar un bien, hace crecer nuestra fe, madura nuestro carácter, nos abre a más posibilidades y nos santifica.
Solo Él tiene una visión mejor, completa y siempre con el objetivo de que amemos más, que demos fruto y seamos santas, esa es la meta de Dios para cada una de nosotras, pues sabe que nuestra felicidad más grande y plena es vivir eternamente en su presencia.
Definitivamente su voluntad es lo mejor que nos puede pasar. ¡Es nuestro Padre y nos ama demasiado!
Así que ahora tengo de tarea intentar ser más consiente de esos enojos y quejas que le hacen daño a los demás, tratar de darme un break y apaciguar el interior cuando esas cosas pasan, acoger los cambios que vivo día a día, recibirlos como una oportunidad que Dios me da para amar más, de ser misericordiosa con mis hermanos, tener más dominio de mí y hacer crecer mi fe, confiando en su providencia, sabiendo que me ama y está al pendiente de mí, nunca me ha abandonado ni olvidado.
¿Y tú, como te sientes cuando la vida cambia tus planes? ¿Qué reacción tienes hacia Dios?
Te comparto esta oración que estoy tratando de memorizar para todas esas ocasiones, y seguramente te servirá también a ti, la escribió el Beato Carlos de Foucald:
Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras, Sea lo que sea, te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas.
No deseo más, Padre.
Te confío mi alma, te la doy con todo mi amor.
Porque te amo y necesito darme a Ti, ponerme en tus manos,
sin limitación, sin medida, con una confianza infinita,
porque Tú eres mi Padre.Beato Carlos de Foucald