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El Combate Espiritual en la vida cotidiana

Muchas veces nos hemos encontrado con dificultades en la vida espiritual que nos nublan y no permiten comprender bien por qué estamos luchando, contra quien. Si no tenemos claro esto nos será muy difícil vencer, sentiremos que estamos dando “golpes al aire” y lo más probable es que nos dejemos vencer por el desánimo o la vergüenza. Al final nos alejaremos de Dios dejando que nuestra vida transcurra en la oscuridad y la tristeza.

¿Por qué estamos luchando? ¿De dónde surge el combate espiritual?

Como católicos creemos por fe que la revelación está escrita, está dada. Hay un pecado pecado original: Adán y Eva pecaron. Su papel o su rol es muy grande, son responsables ante la humanidad, son prototipo, modelo y figura. Por esto, el acto que hicieron tuvo consecuencias en toda la humanidad. Así Dios lo dispuso en su sabiduría. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1250  nos habla de la necesidad del Bautismo. Hemos heredado el pecado original, un estado, no el acto, pues no soy responsable del pecado de Adán y Eva. Yo soy responsable solo de mis actos, de mi pecado, es por eso que durante nuestra vida tenemos que acercarnos al sacramento de la Reconciliación constantemente. Pero este estado manchado que heredamos tiene consecuencias como la inclinación al mal: estamos naturalmente propensos a hacer actos malos, tenemos esta inclinación aún cuando sabemos que el mal no es lo mejor para nosotros y para los que nos rodean.

Incluso sin ser católicos o sin ser cristianos, sabemos que la vida humana está marcada por la lucha y los coaches personales nos lo manifiestan muy bien. Un coach de deporte nos dice claramente que hay que luchar contra uno mismo, contra tus límites, contra tus capacidades, para sacar la mejor versión de ti mismo. El cuerpo humano también está en constante lucha; para no enfermarse, para no tener frío, para digerir bien, etc. En la naturaleza también podemos ver la constante lucha; árboles que crecen para encontrar luz, raíces que se profundizan para encontrar agua, animales que luchan para alimentarse o proteger a su manada, etc. Toda la creación está en una lucha, una cierta violencia pero que no es mala, es una violencia natural. Es de ahí que surge el combate humano y espiritual. Nosotros como cristianos tenemos que combatir contra estas inclinaciones que nos llevan al pecado.

Ahora bien, tenemos que saber que como todo combate, nuestra lucha espiritual será difícil, ya San Pablo lo sabía cuando escribió:

No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.

Esto puede ser causa de mucha frustración, pero intentando verlo con la sabiduría de Dios descubriremos que en realidad es algo bello el que Dios, al darnos a Jesús como Salvador, no quitó en nosotros la lucha contra el pecado. Él quiere que nos esforcemos pues no es un padre que le da fácil todo a sus hijos. Y en este combate no nos abandona, nos da su gracia, los medios que necesitamos para vencer: nos da los sacramentos. “Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida.” – Papa Francisco.

A veces nos enfocamos mucho en dejar de pecar, y esto es bueno, pero hay que verlo con realismo: el mal no va a desaparecer en esta vida. Lo importante es comprender que “estamos en el mundo, sin ser del mundo” Juan 17. En el libro del Apocalipsis encontramos la carta a Pérgamo donde Jesús dice:

Sé dónde vives: allí donde Satanás tiene su trono. Sin embargo, sigues fiel a mi nombre. No renegaste de tu fe en mí, ni siquiera en los días en que Antipas, mi testigo fiel, sufrió la muerte en esa ciudad donde vive Satanás.

Jesús no les recrimina que “convivan” con el mal, sino, les hace ver que lo importante es ser fiel a su nombre, creer en Él. Esto significa vivir de la fe, de los sacramentos, de su gracia, de la oración, del servicio.

Armas para vencer el combate

El Papa Francisco, en la encíclica Gaudete et Exsultate quien es de formación jesuita distingue tres combates espirituales que son muy básicos.

Combatimos contra nosotros, es decir nuestra flojera, nuestra mediocridad, nuestros vicios. Aquí es importante conocernos bien y mirar con realismo nuestras debilidades. Si por ejemplo, tiendo mucho al sedentarismo, a la flojera, puedo proponerme hacer caminatas cortas, una parada más del camión, tomar la escalera en vez del ascensor, no usar tanto el coche, etc metas pequeñas pero que nos van entrenando y hacen que poco a poco seamos personas virtuosas, y además con la oportunidad de ofrecerlas a Dios por una intención especial: nuestra conversión, por el bien de algún amigo o incluso de personas que no conocemos.

También hay un combate más colectivo: el combate contra el mundo. Combatimos contra sus ideas, la moda, la comodidad, los placeres que el mundo nos ofrece o incluso un tipo de religiosidad sin Dios. En la publicidad, los medios o las plataformas de streaming es muy fácil identificarlo pues vemos una tendencia ideológica en sus contenidos. Aquí el Papa Francisco nos da un arma: la perseverancia evangélica. Es decir, perseverar en la práctica católica: no dejar de ir a misa, acercarse a los sacramentos, pero también no dejar de anunciar el Evangelio. Ser perseverante viviendo el Evangelio pues nuestros actos son el primer mensaje que damos a los que nos rodean y luego, anunciarlo, convertirnos en discípulos misioneros con un apostolado o servicio en específico.

El tercer combate es contra el demonio. “Cuando Jesús nos dejó el Padrenuestro quiso que termináramos pidiendo al Padre que nos libere del Malo. La expresión utilizada allí no se refiere al mal en abstracto y su traducción más precisa es «el Malo». Indica un ser personal que nos acosa. Jesús nos enseñó a pedir cotidianamente esa liberación para que su poder no nos domine. Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea.” -Papa Francisco.

Ahora, el demonio no necesita poseernos para que hagamos el mal, normalmente hay etapas muy básicas, intermedias, nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, poco a poco bajamos la guardia, es progresivo y no nos damos cuenta cuando nos dejamos envolver con preocupaciones, cuando no hacemos pausas para reflexionar en lo que vivimos diariamente, cuando nos alejamos de la oración, etc. Aquí nuestras armas más importantes son las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Ejercerlas nos protegen de las asechanzas del enemigo: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero.

Estas son las armas que Dios nos ofrece para combatir, es su gracia la que se derrama en cada una de ellas, de Él nos viene la fuerza para amar, para obrar el bien, para ser santos. A nosotros nos toca poner de nuestra parte, entrenar, salir de nosotros mismos, actuar.

No tengas miedo a luchar, Dios siempre te acompaña. Y cuando te dejes vencer o te veas derrotada simplemente recurre a Dios, haz un esfuerzo y regresa a la oración, al sacramento de la Reconciliación. Tu Padre que te ama tanto te recibe siempre con los brazos abiertos, siempre.

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