Cada 1 de noviembre en la Iglesia celebramos la solemnidad de Todos los Santos. Es una celebración que me gusta mucho porque la caracterización de los santos que se hacen en las parroquias son muy divertidas y me recuerdan que al celebrar a un santo celebramos la victoria de Cristo. El bien ha vencido a través de miles y miles de santos que ya ven a Dios cara a cara. En un mundo como el de hoy inundado de malas noticias y violencia, nos hace mucho bien recordar que la última palabra la tiene Dios: el Amor ya ha vencido.
En esta solemnidad celebramos a todos los santos, los que conocemos y a los que no, también a los que con una vida oculta y sencilla han sabido vivir como hijos amados de Dios. Y eso me da mucha esperanza, de que un día tú y yo también podamos llegar ahí.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo;
por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo,
para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;
eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo.Efesios 1, 3-5
Todos estamos llamados a ser santos. No solamente los religiosos, sacerdotes o la gente que participa en las parroquias, sino a todos Dios nos llama a la santidad. Él quiere que seamos santos, como Él es Santo, quiere que estemos en su presencia, en el amor, felices; pues esa es precisamente nuestra felicidad y plenitud.
Puede ser que no te sientas llamada a ser santa “de estampita” y creo que es verdad, no estás llamada a ser otra Santa Teresa u otro San José. En realidad, los santos que conocemos son unos cuantos, comparados con todos los miles y miles que hay. Ellos se nos han dado como ejemplos, como modelos, pero no para que los copiemos.
Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre
Lumen Gentium, 11
Cada uno por su camino… ¡No te desgastes tratando de imitar algo que no es para ti! Dios te ha creado única y te invita a caminar por un camino único y diferente. Es muy cansado tratar de vivir como otros lo hacen aunque sean vidas ejemplares o santos ya canonizados. Lo importante es que poco a poco disciernas tu propio camino, en oración, con los sacramentos, sirviendo, amando y dejándote ayudar. Si te lo propones y tomas un tiempo para conocerte, sin ir “en automático por la vida” verás que en las acciones de tu día a día saldrá lo mejor de ti, lo más personal que Dios te ha dado, ese es el camino de santidad que Dios quiere para ti. No te pierdas por otros caminos que te apagan, que no dan plenitud a la fabulosa creación que eres. Dios derrama su gracia santificante a unos de un modo y a otros de otro.
Los caminos de Dios son sencillos, Él quiere que seamos santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Trabajas? Sé santa cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de todos. ¿Tienes hijos? Sé santa enseñando con paciencia a tus niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santa luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales.
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré»
Jeremías 1,5
Aventúrate a crecer hacia ese proyecto único e irrepetible que Dios ha querido para ti desde toda la eternidad y apuesta todo por el. Cuentas con la ayuda de Dios desde tu Bautismo, deja que esta gracia fructifique y alimenta la fe que te ha dado. Si sientes que te falta, pídela. Pide la gracia de elegir los caminos de Dios una y otra vez, cada día.
No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5,22-23). Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: «Señor, yo soy una pobrecilla, pero tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor».
Papa Francisco
En la Iglesia encuentras todo lo que necesitas para alimentar tu fe y crecer en santidad. Acércate a los sacramentos, especialmente a la Reconciliación y la Eucaristía. Forma parte de la comunidad de una parroquia o júntate con algunas amigas para orar y leer la Biblia, compartir sus experiencias y enriquecer su amistad. Busca libros espirituales que te ayuden o si necesitas discernir una decisión importante busca un sacerdote que pueda orientarte.
Por si fuera poco, contamos con miles de santos en el Cielo que nos ayudan si les pedimos su intercesión. La más grande es la Virgen María, pero también hay otros santos a los que puedas sentirte atraída; trata de conocer más su vida, sus escritos y sean amigos.
No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce.
Benedicto XVI
Tenemos todo para dar pequeños pasos hacia la santidad, tenemos el amor de Dios, su presencia y su ayuda ¡el mismo Cristo comparte su vida contigo! No te deja ni te abandona. Sólo basta que te decidas a tomar su mano y caminar un paso a la vez, pequeños gestos que fortalecerán tu voluntad y tu relación con Dios y que te harán una mujer llena de amor, feliz y plena.