No se angustien por nada; más bien, oren; pídanle a Dios en toda ocasión y denle gracias. Y la paz de Dios, esa paz que nadie puede comprender, cuidará sus corazones y pensamientos en Cristo.
Filipenses 4,6-7
Todas tenemos días que nos sumergen en la espiral de este mundo que cambia constantemente a un ritmo cada vez más veloz. Y esto aunque al principio lo vemos como avances humanos (tecnología más rápida, medios de transporte más veloces, gadgets más capaces…) resulta ser asfixiante. Hay días que no me siento a la altura de estas grandes tecnologías y siento como si los medios de comunicación y modas me exigieran dominar todo lo nuevo para estar actualizada, esto es super estresante y angustiante.
Aunque ha sido difícil ser perseverante, he experimentado que al finalizar mis tiempos de oración siempre hay una tranquilidad y paz que no veo tras otra actividad. Una sensación del mar sereno, sin agitaciones, que me invitan a contemplar y me sacan del constante hacer. Es Dios que nos lleva a “otro ritmo”, más natural, más humano. Un ritmo donde todo depende de Él y me ocupo solo en amar y dejarme amar.
Pocas veces recurrimos al encuentro con Dios en la oración para calmar la ansiedad. Si bien es necesaria una atención profesional o acompañamiento, es importante no descuidar nuestra dimensión espiritual, pues no somos solamente un cuerpo dependiente de la biología o psicología, somos una unidad de cuerpo y alma.
Orar representa una estimulación en el cerebro que propicia la estructuración de las ideas, la reflexión y el desprendimiento del control que en muchas ocasiones queremos conservar. Permite abrir nuestra mente y corazón a nuevas opciones, a frenar nuestras resistencias y abandonarnos en la esperanza de que Dios es el capitán de nuestro barco.
La dinámica acelerada de nuestra rutina diaria, los estándares de perfección que nos ofrece el mundo, la presión del seudoéxito por tener grandes riquezas y reconocimiento social, así como la monstruosa actitud de consumir todo y de todo, es una bomba de tiempo que ha detonado una marcada afectación a la salud de las personas.
La ansiedad es más común de lo que nos imaginamos y nos alcanza cuando experimentamos preocupaciones y miedos intensos y excesivos. Es una afectación que nos pone alerta, pero que en dosis desproporcionadas puede provocar un daño funcional en nuestro cuerpo y relaciones interpersonales.
Considerar la oración como un instrumento de salud es una opción que puede ayudar a dar el justo el valor de los acontecimiento y situaciones que estés viviendo. Podrá ofrecerte una nueva perspectiva y fortalecerá tu voluntad para seguir avanzando.
Pero más allá de ello, proporciona una conexión con el amor que el corazón anhela, con la gracia que supera cualquier pensamiento o inquietud. Experimentarás un gozo, una paz y una alegría que llenarán tu interior. Donde no habrá lugar para el temor, la duda y el sufrimiento.
Orar consolida una amistad con el amor que es Jesús y aviva en tu interior la gracia de hijo o hija que eres, dignifica tu vida y te muestra que el camino a su lado no es turbulento, inquietante o exasperado. “Haz la prueba y veras que bueno es el Señor”. -Salmos 33